Un ser humano en movimiento, que respira, ríe, llora, maldice y sonríe: mi camino en la fotografía.
- Chuz Vargas
- 3 jun
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 4 jun
Hace un poco más de 12 años, cuando comencé a compartir fotos en línea, las redes sociales todavía se sentían como un punto de encuentro local, un lugar que compartíamos con amigos y familiares, salpicado de unas cuantas celebridades lejanas. Todavía recuerdo la emoción de ponerle un filtro saturado a una foto, escribir un pie de foto (probablemente alguna línea de una canción de Blink 182, seguida por una cascada de hashtags que no significaban absolutamente nada para mí) y presionar "compartir". Pasaban un par de horas y, al revisar de nuevo, la mayoría de mis amigos ya habían dado "me gusta" y comentado, haciéndome sentir vista y querida.
Una década después, no podría decirles cuántas veces me he detenido de compartir algo en Instagram por miedo a que se pierda entre las mareas de “contenido” y, honestamente, por sentir que he fracasado. Con curiosidad, observo cómo se ha colado en mi subconsciente esa molesta sensación de no ser lo suficientemente interesante o en "tendencia".
Esto me hizo pensar: ¿por qué comencé a tomar fotos en primer lugar?
¿De dónde nació exactamente esta sensación?

El día que decidí comprar esa amada Pentax K1000 fue en gran parte gracias al impulso de Félix Salazar, un ser humano maravilloso, fotógrafo y creativo que, a mis 17 años, ya se había convertido en una de las personas más influyentes en mi vida. Juntos exploramos el mundo del retrato, buscándonos en los rostros y expresiones, la forma en que nuestros cuerpos se movían frente al lente, y esto se convirtió en un estudio fascinante de honestidad y conexión.
Izquierda: Salidas fotográficas con la Pentax y la Nikon de Félix, 2014
Centro: Una foto de una foto, por Félix, 2014 Derecha: Retratos digitales mutuos, 2015
Todavía recuerdo la emoción de recibir los escaneos de mis rollos: cada vez se sentía como la mañana de Navidad. Aprendiendo rápido de nuestros errores (y de los efectos irreversibles de la humedad en el rollo), disparamos tantos como podíamos permitirnos (que no eran muchos, pero cada uno contaba).
Película en blanco y negro de un viaje a Prusia, 2015

Años más tarde perderíamos a Félix, pero su legado, su inspiración y la forma en que hacía sentir a cada persona que conocía tan vista, siguen muy vivos.
Gran parte de lo que soy como artista se lo debo a que él creyó en mí, y no pasa un solo día sin que cruce por mi mente.
Mi primer viaje a Nueva York en 2015 me abrió los ojos a un mundo de nuevas posibilidades: el rollo era más accesible, los escaneos se entregaban de un día para otro y no sentía que sacrificaba mi billetera cada vez que terminaba uno. Estaba sobreestimulada por nuevos paisajes de concreto que se abrían en cada esquina, rostros fascinantes me rodeaban y sentía que florecía en una nueva versión de mí misma. No lo sabía entonces, pero este capítulo de mi vida refinaría mi estilo y me daría la confianza para seguir una carrera creativa.

Los autorretratos me ayudaron a sanar mi relación conmigo misma. Luché con mi apariencia durante mi adolescencia y mis primeros veintes, y aunque el espejo se sentía como un enemigo silencioso, fue a través de esta nueva curiosidad que comencé a hacer las paces con lo que veía en esas imágenes. Era más que una cara, más que un cuerpo. Era un ser humano en movimiento, que respira, ríe, llora, maldice y sonríe.
Estaba convirtiéndome en una mujer frente a mis propios ojos. Alguien a quien admirar.
Compartir quiénes somos con honestidad en redes sociales es un reto que las generaciones anteriores no tuvieron que enfrentar, y sin embargo esta realidad se ha convertido en parte de nuestras vidas. Cada vez más nos sentimos presionados por la abrumadora cantidad de “creadores de contenido” y modelos de Instagram que solo comparten lo bonito, lo editado, lo filtrado.
Qué declaración tan poderosa y política es expresarnos sin disculpas, celebrar nuestras imperfecciones, nuestras curiosidades, nuestras preguntas y nuestras verdades.
Izquierda: Sybil Terres, una amiga querida en un jardín botánico en Filadelfia
Centro: Flores flotando en un lecho de agua
Derecha: Dani Trigo caminando por un paso subterráneo en Central Park
(Todas tomadas con película de 35mm)
No tuve mi primera cámara digital hasta 2017, una Canon que venía con un lente kit, una tarjeta SD y su propio bolso. Viéndolo en retrospectiva, el sentimiento en ese momento fue bastante único: se sentía como manejar un Ferrari nuevo por la autopista después de tantos años conduciendo un viejo y confiable Land Cruiser por las montañas. Recuerdo su peso en mis manos, cómo la giraba una y otra vez, soñando nerviosamente con los lugares a los que esto podría llevarme.
Mi Pentax me observaba de reojo desde su lugar en el escritorio, curiosa de cuánto de mi tiempo tendría que compartir con este nuevo aparato.
Brianna Bell en film (izq.) y digital (der.)
Pasar de película a digital implica un proceso de desaprendizaje: donde antes te detenías a medir cada disparo para no desperdiciar ni una toma, este nuevo dispositivo se sentía casi como hacer trampa. En primavera me sentaba en el parque frente a una flor y disparaba sin parar, probando nuevos ángulos, diferentes luces, observándola con completa concentración, y sintiendo que también ella me observaba a mí.
Todavía recuerdo la primera vez que escribí "Fotógrafa" como ocupación, y la adrenalina de mis primeros trabajos pagados. Hasta el día de hoy, guardo con mucho cariño en mi corazón a esos primeros clientes que confiaron en mi visión sin siquiera saber quién era.
¿Algo… sagrado?
Crecí en un hogar agnóstico, en una escuela cuáquera, en un país católico. Desde pequeña estuve familiarizada con distintas prácticas espirituales, y acostumbrada a estar rodeada de oración y adoración. Aunque nunca me adherí completamente a ninguna de esas creencias, siempre estuve abierta a tomar lo mejor de cada experiencia.
Irónicamente, a pesar de esa exposición temprana a la espiritualidad, fue mirando a través del lente donde me sentí más cerca de un ser superior. Fue ahí donde sentí ese profundo sentido de pertenencia.

Me hice la promesa de que al volver a Costa Rica siempre mantendría la fotografía como un tipo de “postre” o dulce especial, balanceando mis proyectos personales con el trabajo que realizo con tanto amor para mis clientes.
He pasado por épocas en que se convierte en mi fuente principal de ingresos, y siento cómo el agotamiento comienza a asomarse. Como con todo, incluso aquello que nos apasiona puede volverse repetitivo.
Cada día exploro maneras de llevar una vida creativa en equilibrio, para que nada me quite la alegría que me da mirar a través del lente.
Que esta curiosidad siempre me guíe.
Comments